Hoy visité La Cueva, desconozco su historia, y así… virgen de relato ajeno, les contaré lo que ella me transmitió en primera persona.

Saliendo de Iturbe un cartel indica en dirección a La Cueva. El camino serpentea… sube… bordea cerros… nos desciende a una nueva quebrada y como regla no escrita el pueblo se anuncia en una ollada, coronado por el blanco encalado de la capilla de forma espigada, alta se recuesta en su campanario.
El vehículo queda orillando la ruta, el camino de acceso no es para él, luego el hallazgo de una vieja herradura lo confirma.
Con ansiedad comienzo la caminata, sé que no podré visitar el interior de la capilla debido a que momentáneamente no hay quién le atienda, pero algo me indica que esta visita será atípica.
Si bien la capilla seguramente fue el centro y origen del pueblo, como el armado de la historia lo relata, hoy no es su único foco de interés.





A poco de comenzar a caminar, acierto a ingresar por la única calle empedrada, y mi fascinación comienza con el azul brillante de la puerta en la primera ochava. La casa al frente ofrece vista a su pequeño patio cubierto con acceso al corral.



La línea de frente de las casas, mayormente nacen del piso con forma de banca alargada y así mi imaginación completa el cuadro con vecinos compartiendo sus historias en largas charlas al finalizar la jornada.
El pueblo casi no está habitado pero el amor que su gente volcó en su construcción trasciende la línea de tiempo y nos acompaña en el recorrido.
La calle nos lleva a una edificación cuadrada y solitaria, que anuncia “ALMACÉN El 350” sobre el dintel de la puerta con grandes letras dibujadas a pincel


Por la calle lateral, detrás del almacén, un intento de plaza hace de marco al pozo de lo que se adivina como un aljibe comunitario, y atravesando un arco decorado con flores secas y rejas aseguradas con alambre, se da acceso al patio que rodea a la capilla.
Llama la atención que este acceso sea de costado y no de frente, pero no ha de ser casual y con ello se indica devoción y exaltado respeto a la Virgen de nuestra Sra. La Purísima Concepción. El dintel tallado a mano y la puerta de ingreso impecablemente pintado en un gris claro refuerza este sentimiento.



Desde el patio de la Capilla es visible el arco de la cueva a la que se accede cruzando el río. Una placa tallada en hierro nos cuenta el inicio de la historia fundacional del pueblo.

El hallazgo de una kutana con la ubicación privilegiada de vista al pueblo, habla de una historia de cotidianidad compartida.
Muchas casas penan hoy la voladura de sus techos y se lamentan en ruinas, mientras que tantas otras se mantienen erguidas y orgullosas. Cerradas a candado en la espera de los peregrinos devotos, que cada año con absoluta regularidad, cruzaran el arco festivo de flores y la gran puerta gris, para ofrendar misa, rezos, lágrimas y gratitud a la virgen de La Purísima Concepción.



A la salida y con no mucha distancia, se encuentra el antiguo cementerio. Lo visité recorriendo sus tumbas, leyendo sus placas, porque la historia también se cuenta allí.
En ellas encontré recuerdos de esposa (1898), herederas (1913), hermana (1918) e hijos (1927), de quienes fueron los primeros pobladores fallecidos en esos años. Pero hubo una que llamó mi atención… en esta se lee
BRUNO BENAVIDEZ + el 22 de oct. de 1897 EN SERVICIO DE LA COMISIÓN ARGENTINA DE LIMITES CON BOLIVIA HOMENAJE A SU MEMORIA


Dando cierre a este relato, una vez más puedo asegurar que cada pueblo alejado de la ruta turística, conmueve y transmite al visitante historias de esfuerzo, soledad, empuje y sobre todo… mucho amor a la PATRIA
Texto y Fotografía – Patricia Tilio de Baspineiro